Vezelay,France
Estos días pasados conduciendo de Lovaina a Bilbao sentí de nuevo en mi cuerpo-espíritu que somos parte del todo: del cosmos, del universo…mirando las estrellas la noche que pasamos en Vezelay, burgo medieval donde descansa el cuerpo de María de Magdala, o parte de él en forma de reliquia.
Aquella preciosa noche fue casi mágica: las estrellas, el olor a chimenea en las frías callejuelas, la luna sonriéndonos a nosotras, peregrinas de la Ruah, buscadoras del Amado, como ella, María de Magdala, y la luna, siempre caminando de noche con las estrellas como compañeras…me sentí en casa con ellas, creando comunidad con todo ello, en el profundo silencio que de pronto se volvió preñado de música, la música del cosmos, en la noche, del aroma de los jardines que al principio de la Primavera ofrecen toda clase de melodías en la forma de colores y fragancias.
Preciosos callejones estrechos…cuando llegamos el atardecer bañaba de ocres y de rojos oscuros el viejo burgo que quedamente nos invitó a orar. Las campanas de la Basílica confirmaron lo que la madre naturaleza había anunciado, el gran silencio para que fuéramos abriendo nuestros corazones a los sonidos de la noche, de la oración de siglos de peregrinos contándole a ella los más íntimos secretos de sus corazones, pues ella sabe escuchar, a cada persona según necesita.
Nuestro corazón sufría y gozaba a la vez. Nos estábamos distanciando más de mil kms de nuestras queridas hermanas del norte de Europa, dejando atrás horas preciosas de compartir vida y visión, abrazos y danzas, intuiciones y comidas convertidas en Eucaristía porque compartíamos el pan de nuestras vidas.
Después de muchos años de un largo desierto hemos encontrado el tesoro de una comunidad que nos empodera a ser lo mejor de nosotras mismas en una confianza total, una visión común, total colegialidad y solidaridad…
No podíamos menos que ir a Vezelay a poner nuestra comunidad a los pies de María de Magdala, la discípula que comprendió a Jesús y empezó su movimiento con su predicación, su manera amorosa de estar con todo y con su determinación de transformar el mundo como su maestro y amado quería.
Fue a la mañana siguiente cuando iniciamos la corta peregrinación a la Basílica donde ella descansa. Para mí una larga peregrinación de 700ms por una acentuada cuesta arriba, con mis dos muletas, los ojos fijos en cada piedra con quien podía dialogar ya que mí lentitud me lo permitía. Mi peregrinación era del corazón, cada paso un esfuerzo y un deseo de llegar.
La vida no es romántica normalmente, tampoco lo fue llegar a la Basílica, sudando y cansada y de pronto descubrir que allí todo estaba en obras: el exterior de la Basílica y el interior, debido a trabajos de restauración. Tampoco había música monástica celestial, sólo las voces y ruidos de los trabajadores…muy real, muy estilo María de Magdala, ella siempre estuvo en contacto con el dolor y el gozo de la vida misma, sin lugares especiales donde vivir. Ella estaba donde el Maestro había estado, en contacto con la vida, con el ruido y el gozo de la gente de su tiempo.
Y esta fue nuestra oración, donde la luz de la Basílica era más intensa y donde ella descansa, allí pudimos hablar con ella de todo lo que nuestro corazón cargaba.
Sí, hermana, tú sabías de nuestra peregrinación de regreso a casa después de casi siete meses intentando de nuevo el proyecto que ahora ha sido redireccionado hacia el sur de Europa. Sí María de Magdala, enséñanos de tu sabiduría para escuchar profundamente donde el latido del corazón de donde tú nos quieres, late.
Sí, hermana, camina con nosotras el último tramo de nuestra peregrinación, para encontrar el lugar y las gentes con quienes seguiremos siendo tus discípulas.
Somos parte del todo, pertenecemos al todo. Las montañas y los valles al acercarnos a nuestra tierra nos hablan de gentes aventureras y trovadoras. Gentes que disfrutan de mirar las estrellas y de cantar y danzar en la noche con los árboles, con el mar y la orilla.
Nos sentimos en casa y sin embargo nuestra mente y corazón viaja más rápido que la luz del sur de Europa al norte, reviviendo y amando cada piedra y cada persona que nuestras vidas han tocado.
Ahora, no sabemos, sólo continuamos nuestra peregrinación, con aquellos que nos han añorado y a los que hemos añorado. Ellas están contentas, también nosotras. Sin embargo nuestro corazón está viajando al norte y regresa, despacio, al aquí y ahora, como María de Magdala, tratando de reconocer en cada jardinero el rostro del amado, sabiendo que la gran piedra será movida para nosotras, como lo fue para ella.
Esperamos, escuchamos, amamos…calladamente sintiendo la arena de nuestra orilla, y el polvo de nuestros senderos familiares. Parece que es aquí y ahora donde el amado y la necesidad nos llaman.
Magda Bennásar