Estamos latiendo ya con el cosquilleo que la cercanía de la Navidad nos produce, tal vez, porque, desde la fe, nos aboca a unas meditaciones, llenas de noche y de luz en cuevas y descampados. Y sobre todo, de un personaje central, sin el que no habría nacimiento…una mujer joven. Ella trae el futuro de la humanidad. Ella es preámbulo de posibilidad de vida nueva, de nueva creación, de nueva historia.
Y todo viene ocurriendo, en el ir y venir del día a día, en la insatisfacción de preparativos que nos indican que hay más, que puede ser mejor, que podemos ser protagonistas de cambio, como lo fue ella, que somos mucho más que personas que preparan un ambiente navideño, compras y comidas interminables… y hacen un buen donativo…
Espero poder expresar con sencillez lo que bulle en mí hace tiempo. En contacto con personas laicas y religiosas, mujeres y hombres, voy viendo el gran impacto que produce la experiencia de silencio que con el tiempo y cierta dedicación también va siendo silencio interior.
Estamos acostumbrados a leer mucho y parece que más es mejor. El proceso de minimalismo en el cultivo de la interioridad es el paso necesario en el proceso de ir vaciando nuestras casas, nuestras mentes y vidas de lo no necesario. Sé que algo sobra cuando no lo uso, cuando no es de primera necesidad. Cuando, si no lo tengo, no pasa nada.
Eso que sobra, sobrecarga, contamina, abarrota no sólo armarios y muebles, sino también el espíritu. Una cosa es, por justicia, compartir de lo que me sobra – por lo menos- y la otra, es que al saber que compartir hace bien, puedo reconocer que la primera beneficiada soy yo. El dar me enriquece, me libera.
¿Qué tiene que ver todo eso con el título de esta reflexión? ¡Todo!
Hay otro tipo de espacios, experiencias… que no uso, o uso muy poco, pero no porque me sobren, sino porque me resultan interpeladores o requieren de una atención más intensa para lo que creo no tener tiempo, o dar el perfil.
Uno de estos aspectos que descubrimos, si nos adentramos un poco es: lo monástico en nosotros.
Para que haya una melodía tiene que haber un silencio, una pausa, entre una nota y otra. Para que haya equilibrio sicológico-emocional y espiritual tiene que haber silencios y pausas. Lo llamamos interioridad, pero es mucho más que eso.
El ser humano está diseñado para el silencio: dos orejas y sólo una lengua-boca. La proporción indica donde está el equilibrio. En el ser humano lo monástico es más potente que lo activo.
¿Qué entiendo por monástico? Por supuesto, no me refiero a lo monástico institucional, sino al arquetipo monástico que forma parte de nosotrxs. Y al que si no atendemos no llegaremos a encontrar la paz profunda fruto del equilibrio.
Lo monástico es lo que descubro en los textos de Navidad, cuando los puedo interpretar desde la interioridad. El camino hacia; el embarazo, a punto de dar a luz; la cueva, lugar de nacimiento…todo evoca esa parte de nosotros, obviada por una religiosidad de culto, y por una sociedad que nos ha sacado de la naturaleza para meternos entre asfalto y a contemplar el balcón del de enfrente… en lugar de sentir que la vida bulle también en nosotros cuando estamos en silencio, contemplando los campos, o los montes…y que si hubiera más de eso, no habría tanto barrio gris y empobrecido en nuestras ciudades que embellecen los centros para atraer y obvian donde vive la gente sencilla y pobre porque son una carga. Y vemos en Madrid, que el despilfarro del centro contrasta escandalosamente con la ausencia de electricidad en un popular barrio, hace casi dos años, y con el frío que está cayendo.
Atender lo monástico que tengo dentro me acerca a María de Nazaret, que desde su cueva está a la escucha y se pone en camino, porque ha escuchado, por dentro, que la vida late en la periferia, en la montaña donde el Espíritu puede trabajar sin estorbos cultuales ni egos clericales. Al fin el papa obliga a la iglesia española a enfrentar los problemas de abusos, y de pronto aparecerán millones, como en Francia, para cubrir los horrores causados por un clero enfermizo. Pero no para encender la calefacción en los hogares empobrecidos.
La montaña, la cueva, las estrellas, nos invitan a mirar hacia dentro y hacia fuera, en un compás equilibrado de silencio y realidad, y como María “meditar en el corazón”: he ahí la clave para atender a lo monástico.
La meditación, el silencio, si nos separa de la realidad, no alimenta lo monástico en nosotros. El silencio de Dios se escucha en la vida, y en la realidad del planeta. Lo monástico es el preámbulo de lo profético. Estos días veremos gestos de gente humilde que supo combinar ambos.
Magda Bennásar Oliver, sfcc