El olor a pan en el horno, en casa, en este mediodía de sábado, me recuerda las cientos de comidas en casa de mis padres, mesa larga, comida elaborada por unos padres ya jubilados que se pasaban varios días a la semana prácticamente esperando el domingo cuando aparecíamos la mayoría, con hambre de comida casera, de compartir con l@s herman@s y sobre todo con los jóvenes sobrin@s que llenaban la casa de jolgorio y de experiencias y proyectos.
Les llevaba mucho tiempo de elaboración y de bolsillo pero era espacio sagrado y jamás dejaron de hacerlo, a veces también preparaban la comida el ´sabado para que ninguno dejara de llegar.
Si lo uno con el olor a mar, con los cangrejos que mi padre pescaba, y el fuego en la chimenea en invierno…se crea en mí un espacio que me recoge e invita a entrar y re-cordar, pasar por el corazón, desde que ellos no están nos vemos menos. Alguien de la familia ha cogido el testigo y en el caso de mi hermana consigue que sus nietos de Londres y Suiza lleguen hambrientos de comida de la abuela, porque sabe a hogar, a infancia, a familia. También los de más cerca ritualmente aparecen todas las semanas, y luego llego yo de vez en cuando y ella recuerda mi comida favorita y nos reímos y recordamos las comidas en familia, que se han quedado como el icono de nuestro pasado.
Otro modelo de liturgia casera, en Australia, la comunidad de 4 misioneras llegamos sin más que lo puesto, sólo dos hablaban inglés, otra compañera y yo nos dedicamos a estudiarlo y a visitar familias de emigrantes en sus casas, con las direcciones que las hermanas del colegio católico nos facilitaban. “Formad comunidad, iniciad una Eucaristía en español. Son tantos los que van llegando huyendo de Argentina, Uruguay, Chile…como ovejas sin pastor”.
Llamábamos a la puerta y sonrisa puesta y hablando en español las puertas se abrían y la vez siguiente se preparaba la mesa en muchas de esas casas. Eso sí, aprovechaban para pasarse la añoranza contándonos sus historias infinitamente delicadas y difíciles. Estos grupos emigraron huyendo de la violencia no del hambre. Y luego los álbumes de fotos, ante los que ell@s lloraban de añoranza. Eran sus vidas, su historia. La comida era el pretexto, la levadura que lo fermentaba todo. Sí, como la masa de la pizza de Ana.
Y obedeciendo a lo de formad comunidad, invitad a estas personas a una Eucaristía en español, nos pusimos las pilas. Unas formaron un coro con los hijos e hijas de las familias, otras con los adultos, ofreciendo formación y también preparando la homilía porque el cura no hablaba español, decía la misa medio leyendo en una especie de latín macarrónico. Nosotras predicábamos y animábamos y acogíamos e invitábamos… y se formó comunidad. Los curas pronto sospecharon de nuestras homilías que no entendían y que la gente escuchaba y se reía y se emocionaba… pronto nos prohibieron hacerlo. Eramos una amenaza.
Pero la fiesta seguía en casa de la gente despue´s de la Celebración. Nos apiñábamos las cuatro en el largo coche de segunda mano de Mario, con toda la familia, a su piso para amontonarnos entre risas y bromas en su pequeño comedor, calculado al milímetro el espacio y entonces, solemnemente Ana sacaba sus pizzas caseras. Era como una diosa de la abundancia. Las devorábamos, estaba todo riquísimo, y sencillo y acogedor. Desde entonces siempre he pensado que si en vez de un trozo de hostia escuálida en las Eucaristías se ofreciera un pedacito de la pizza de Ana, habría cola para entrar en el Templo. Pero no, la liturgia es la liturgia. Y a las mujeres no nos importaría elaborarlas para que también los que buscan comida llegaran a casa.
Resulta que Jesús no era de ir a liturgias, pero sí a las casas a compartir y celebrar la vida. Jesús no iba con los curas ni con los políticos, es decir, con los que ostentaban poder, sino que comía con el pueblo, con quien le invitara, y por eso su despedida y sus encuentros de antes y de después de resucitar, siempre eran alrededor de una comida.
Hoy no sabemos evangelizar porque se nos ha olvidado invitar a comer nuestra comida casera más o menos elaborada que nos alimenta el cuerpo y el alma, porque es espacio de familia, de amistad, y posiblemente de intimidad.
Quisiéramos que nuestra Pascua de este año nos ayudara a recuperar el sentido de comunidad de comensalidad.
El proceso en silencio de la elaboración de los alimentos:
limpiarlos, partirlos, sazonarlos, cocinarlosa fuego lento, sin prisas nerviosas propias del consumismo, con la serenidad de quien celebra un ritual, con la certeza de que cada bocado alimenta el cuerpo y el alma. Sólo quien ha participado en comidas de ese calado y las ha elaborado, con frecuencia, para otros puede intuir lo que es la evangelización.
Muchos creen que hay que estudiar teología, o saber llevar grupos, o escribir charlas. Jesús nos dice, lo veremos en esta Pascua: invita a comer, déjate invitar. Y de ahí todo sigue, en la sencillez de las casas, con ese olor a pan caliente que atrae e invita. Hasta las inmobiliarias lo saben. Y los supermercados. Pero nosotros…
Hay dos tipos de personas, las que siempre invitan y las que siempre se dejan invitar y lo arreglan llevando algo, con la excusa de que no saben cocinar o de que están solas, o de que son varones, o … es hora de cambiar los roles, empieza a disfrutar de tu casa, de tu comida elaborada para personas que consideres necesitan acogida, y en ese silencio de tu cocina-templo, vete orando, escuchando, ofreciendo tu vida y la de los que alimentarás…y poco a poco se irá dando el milagro. Con tiempo, con pausas, con dedicación, a corazón abierto.
Te invitamos a una Pascua casera, a celebrar elaborando un proceso de vida y amistad.
Al ser online sólo, el horario será exacto por si quieres organizar estos días alrededor de espacios de vida, de hogar, de naturaleza. https://espiritualidadintegradoracristiana.es/2023/03/11/pascua-en-la-naturaleza/
Magda Bennásar Oliver, sfcc