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                   INTUICIÓN AL ORAR EN COMUNIDAD

Foto de Pixabay

Habitualmente mi oración de los miércoles viene coloreada por la fuerza de haber orado en comunidad la noche anterior. Grupo internacional de mujeres y hombres que después de un período de 20 minutos de silencio leemos la Palabra y seguimos en silencio para una escucha atenta, que ya pasó al corazón dejando la cabeza de dar vueltas a nuestra noria cotidiana.

Ayer introdujimos, después de la segunda lectura del texto de Juan 5, 1-9, una sencilla exégesis del texto, para ampliar nuestra experiencia del Dios de Jesús, y después de la tercera lectura, compartimos.

A mí me había tocado preparar la explicación del texto evangélico. Estuve varios días con ello, rumiándolo, tomando notas, contextualizando, pero fue al compartir en comunidad que se me regaló una luz, una respuesta, una clarividencia confirmada.

Si lees el texto de Juan descubres una larga e insoportable espera del tullido a la orilla de la piscina, esperando 38 años (tiempo que pasó el pueblo de Dios en el desierto, sin llegar a entrar en la tierra prometida)  que alguien le ayudara a bajar al agua, cuando el ángel la removiera.

Juan enmarca esta piscina con pórticos aludiendo al Templo de Jerusalén, de alguna manera nos está diciendo que él va a encontrarse en el Templo auténtico donde está la gente que sufre.

Jesús no cura enfermedades, Jesús cambia la mente de la persona liberándola de la opresión que la reseca, la paraliza y la deja sin vida. En el contexto el opresor del que Jesús libera en todas sus curaciones es la institución religiosa manipulada por un patriarcado perverso.

Jesús le quita a la persona enferma la necesidad de un intermediario que lo eche a la piscina del posible milagro, y le ordena tomar su camilla, su vida, su historia, y echar a andar, libre de ataduras. La camilla ahora ya no la necesita, puede deshacerse de ella, como podemos liberarnos de un pasado y un presente que puede condicionar nuestra identidad profunda y como consecuencia nuestro hacer.

¿Qué me pasó a mí, después de días con el texto y en pleno compartir de la comunidad donde sabemos que en esas reuniones de algunas personas en su nombre, está la Ruah?

Se me reinterpretó el texto: la tullida es la mujer en la iglesia institución, no en la comunidad de Jesús.

Esa mujer y esos colectivos, esperan que alguien les ayude a conseguir su plena participación en el mundo eclesial, en igualdad, es decir, esperan que alguien realice el milagro de conceder igualdad en todo a las mujeres en la institución, esperan que se abra la puerta.

¡Eso no va a ocurrir, ni con el mejor de los papas! porque lo que tiene que transformarse de raíz es la eclesiología y todas las derivaciones de ella, y como vemos Jesús toma siempre otro camino. No ataca o reclama…él va haciendo.

Él nos comunica una experiencia de un Dios que no usa intermediarios sino que capacita a la persona, sí, también y sobre todo a la mujer que es la mantenida tullida y reseca por la institución, la capacita para de una vez tomar su camilla y echar a andar.

Tomar nuestra camilla significa dejar de esperar que otros me solucionen institucionalmente un problema que no tiene solución desde sus parámetros, pero él nos capacita para “echar a andar”.

En lugar de gastar nuestra energía de hijas de Dios reclamando al patriarcado un puesto que no queremos dentro de esa anquilosada y enferma estructura patriarcal, echar a andar, ir haciendo, como Jesús, despacio pero con la Ruah, un paso tras otro, y en comunidad.

No queremos reproducir modelos patriarcales eclesiásticos en cuerpos de mujer.

Queremos una comunidad de iguales nueva, como hizo Jesús, empoderada por nutrir a diario nuestra identidad de hijas, acogiendo nuestro lugar en la historia sin más dilación, y como Jesús ir formando comunidades domésticas de iguales respetando los talentos y dones de cada persona, como vemos ya en textos de hechos de los apóstoles y de las cartas.

No es este el lugar de hacer un estudio exhaustivo de todos estos textos, sino de ir al núcleo de la palabra de Jesús, que se actualiza hoy en mí y en nosotras, porque en Dios no hay tiempo cronológico, hay “kairós”, tiempo de Dios, tiempo de silencio capacitador desde donde emerge la palabra “echa a andar”.

Entiendo que la Cuaresma nos orienta a estos cambios de raíz, que se van dando en un proceso lento de oración y estudio y mucho silencio y que de pronto, en comunidad se experimentan y reorientan nuestros pasos y energía.

No nos equivoquemos ni perdamos tiempo llamando a puertas que van cambiando de cerrojo para que no entremos en unos espacios que, pienso yo, la Ruah nos evita para que no suframos más.

La comunidad de Jesús en la que las mujeres eran protagonistas en igualdad con los hombres, nace en los márgenes, y toma vida en el centro mismo de esas comunidades que van, proféticamente “experienciando”  la iglesia del presente/futuro.

Echemos a andar, apoyemos  la labor de la Ruah ya, sin más dilación. La gente está sustituyendo la espiritualidad profunda por baños de bosque y experiencias bonitas y buenas, pero que carecen de “kerigma” de anuncio que hace dar un vuelco a la persona.

¿Acaso no lo vemos en E. Stein, en E. Hillesum de las que tanto hablamos hoy? Todas ellas experimentan una conversión de raíz que transforma su vida. Ambas víctimas del holocausto, nos dejan una trayectoria marcada de proceso de liberación, cada una desde realidades diferentes. Sus escritos nos hablan de “coger su camilla y echar a andar”, de asumir y compartir su experiencia interior.

Los tiempos actuales son distintos. La gente no conoce ya una espiritualidad empoderadora porque incluso para los jóvenes está volviendo lo tradicional.

¿Será que no estuvimos en sus catequesis, en sus procesos de conocimiento y experiencia de la fe con posibilidades de vivirla con dignidad? ¿Será que perdimos el tren por reclamar un espacio que no nos van a dar, y que muchas no queremos, porque sería más de lo mismo? Tal vez nuestro lugar en esa formación de jóvenes por nuestra ausencia lo ocuparon personas con otra mentalidad, y el resultado ha sido desolador, o se van y no vuelven, o se acoplan al sistema.

¡Echemos a andar! Organicemos eventos en la naturaleza con nuestras familias y jóvenes para que, al principio, sin tantas cruces y gente muy mayor, podamos compartir con ellas y ellos el amor por la naturaleza, por el monte y el mar que Jesús tenía. El amor por las preguntas de los niños y adolescentes que por no formarnos nosotras bien, no sabemos responder, creando vacíos. Tenemos la iglesia en casa, en los encuentros de amigos, en la terraza con los pequeños hablando de cualquier cosa…

¡Echemos a andar!

Magda Bennásar Oliver, sfcc

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