Ese otro reino

Cristo, Rey del Universo, es un título que no me resulta fácil de asimilar por mucho que se esté refiriendo al reino del que habla Jesús en el Evangelio.

La fiesta de Cristo Rey fue introducida en el calendario litúrgico occidental en 1925 por el Papa Pío XI. Fue establecida  en el contexto del creciente nacionalismo secularista que siguió a la caída de los reinos europeos, después de la Primera Guerra Mundial.

Hoy, casi un siglo después  me cuestiono: ¿qué sentido puede tener llamar a Cristo Rey?

La clave para entender el Reino nos las dan las lecturas de la liturgia de ese día porque nos introducen de lleno en las palabras y los hechos de Jesús durante su vida.

A finales del pasado Octubre, como cada año, se repartieron en España los premios “Princesa de Asturias” en una ceremonia en que una muy joven princesa española,  ensalzaba los logros de los premiados en labor humanitaria, las artes, el deporte, la investigación científica…Es incalculable el esfuerzo, el tiempo, la energía invertida por parte de cada una de estas personas en su área, y lo que su vida trasciende  beneficiando a muchos.

Me llamaron la atención dos de los premios de este año. El premio a la Cooperación Internacional “La Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas (DNDi, por sus siglas en inglés) es una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo principal es descubrir y desarrollar tratamientos para enfermedades consideradas «olvidadas» o desatendidas, y para otras relacionadas con la pobreza y el subdesarrollo.”

El otro, el premio a la Concordia  “Mary’s Meals es una organización sin ánimo de lucro con sede en la localidad escocesa de Dalmally, cuyo principal objetivo es suministrar una comida diaria a niños en edad escolar en su centro educativo, en dieciocho de los países más pobres del mundo”.

 No pueden estar más relacionados con el evangelio esos esfuerzos para aliviar el sufrimiento, no solo el causado por la enfermedad sino el de sentirse abandonado. “Tuve hambre y me diste de comer”…erradicar esa lacra del hambre, la pobreza más grande que puede sufrir una persona.

Estos días oíamos en las noticias que en Gaza hay que hacer cola, muchas horas, para conseguir un poco de pan en alguna panadería que todavía queda en pie, y ese pan no basta para alimentar a toda la familia. Lo mismo pasa con el agua que escasea y que no basta para beber, cocinar y para asearse. Y allí están tantas personas aliviando el dolor, la carencia, la angustia.

La gente huye de su tierra, de su casa, de la seguridad, hacia lo desconocido para salvar su vida pero ¿a qué precio? Cada vez se multiplica más el número de refugiados por los conflictos políticos, por las guerras, por problemas económicos y los “forasteros” nos resultan un grave problema a nuestras economías, a nuestra seguridad. Y allí también están muchos y muchas, siendo consuelo, fortaleza y también resolución para quienes pierden las fuerzas de tanto luchar y no conseguir nada.

Acompañando a los enfermos, con los “sin techo”, con los presos y presas y también con los adictos a las drogas, abandonados hasta por sus propias familias que han perdido la fe en su rehabilitación. También con quienes ejercen la prostitución o son víctimas de  trata para la explotación sexual.

Con todos ellos se identifica  Jesús en el evangelio y a todos ellos nos envía.           

Inmersos en el mundo de la educación, desde los primeros años de vida hasta acabar la formación en las universidades, con una vocación clara de “sacar lo mejor de cada persona” que es de lo que trata la educación.

Muchxs de vosotrxs estáis acompañando procesos de fe, transmitiendo la vuestra y contagiando vuestra vida en tantos lugares: parroquias, colegios, movimientos, que no acabaría nunca de describir porque el amor nos lleva a inventar una y mil maneras de llegar a los niños, a los jóvenes a los que se sienten marginados por su situación familiar, su orientación sexual…Y por eso es fácil encontraros en las  “periferias”, allí donde otros no quieren ir.

Escribir es también una manera de ayudar a despertar del letargo a quienes buscan su propio bienestar y el de sus familias, sin ver la realidad que les rodea. Predicar, enseñar, escuchar… es tarea de todos.

En los últimos años estamos entendiendo que el cuidado de la Tierra es nuestra tarea, no como “algo” sino como lo que somos, lo que nos constituye. El tomar conciencia de quienes somos y de donde provenimos nos invita al respeto, a una auténtica conversión de estilo de vida.

No puedo olvidar a quienes ejercéis el ministerio de “profeta” que nos viene a todxs por el bautismo: profeta que anuncia la Buena Nueva, profeta que denuncia las injusticias, que no se calla, que no cesa en su lucha por los derechos básicos de todos hasta en las más altas instituciones, provocando malestar a quienes hablan pero no actúan.

Sacerdotes, profetas y reyes por bautismo somos todos los hijos e hijas de Dios. Como nos recuerda Jesús en esta festividad, ninguno de estos tres atributos nos sitúa en superioridad con respecto a nuestros hermanos y hermanas; tampoco en inferioridad.

Nos encontramos en un momento histórico muy revuelto. Cada vez hay menos confianza  en las instituciones religiosas y existen motivos para ello. El camino no es el de los títulos o las demostraciones de poder. La gente sí confía en quien se entrega a manos llenas.

“Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos  hermanos tan insignificantes, lo hicisteis conmigo”. Mateo 25:40.

Ante tanto dolor, incertidumbre, sinsentido, por todos lados es fácil perder la esperanza. Pero la esperanza es precisamente la que nos mantiene en esos momentos en los que no vemos nada. No se trata de resignarse sino de mantener la llamita encendida.

Carmen Notario, SFCC

¿Qué dice Yahvé-Jesús-Alá sobre los conflictos entre el pueblo de Dios?

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Tras el muro de la indiferencia se encuentran nuestros hermanos y hermanas

Después de leer la columna de Chris Herlinger en GSR titulada Los ucranianos que huyen del terror encuentran consuelo en una iglesia polaca, me ha quedado una sensación de tristeza que se prolonga a lo largo del texto. Al mismo tiempo siento agradecimiento por esos lugares y comunidades que están para acoger y hacer silencio en el que poder derramar el dolor. 

En primer lugar quiero agradecerle a Chris por el magistral trabajo realizado que consigue adentrarnos en una experiencia litúrgica, especialmente ortodoxa, con su estética rigurosamente cuidada, con múltiples velas, iconos maravillosos, cantos e incienso.

La combinación de la belleza mística de los lugares sagrados con el dolor indescriptible de las personas se mezcla en mi cuerpo y espíritu, dejándome orando con todos ellos, triste con los tristes y esperanzada con todos.

A esa descripción se le suma hoy la situación de Palestina-Israel. Las imágenes y noticias son tan incomprensibles que no encuentro palabras para expresar el sentimiento de horror y dolor que crean en una humanidad incrédula que vemos cómo va escalando la barbarie entre hermanos.

“Todos somos ‘uno’ y la Ruah nos hermana. Pedimos shalom para todos. Paz. No puedo estar tranquila cuando a unos cientos de kilómetros, unos hermanos matan a 700 personas en un día. (…)”: Hna. Magda Bennásar sobre conflicto Palestina-Israel

Posiblemente, hacer silencio sea la mejor y más congruente actitud. Todos rezamos al mismo Dios, todos pedimos al mismo Dios que nos ayude. Es una locura creer que el Dios de una religión es diferente al de otra. El Espíritu de Dios es ‘uno’ y nos hermana, nos ama, nos hace ‘uno’. Y sufre. Sufre con cada persona y ser vivo que sufre. Las tres religiones presentes en el lugar de conflicto (judaísmo, cristianismo, islamismo) son las religiones del ‘libro’.

En Europa sentimos que ambos conflictos, el de Ucrania y el de Oriente Próximo, están muy cerca. Las personas que huyeron de Ucrania y otros países recorren nuestras calles, sus hijos asisten a nuestras escuelas y algunos buscan refugio en nuestras iglesias. Muchas religiosas y religiosos han dejado sus conventos vacíos para alojar a los refugiados de Ucrania. 

Cuando hay dolor se discute menos y se filtra menos el discurso religioso, porque al final, a la hora de la verdad, todos entramos en esa corriente de ‘vida’ que es el Espíritu, la Ruah que hemos heredado del judaísmo y que ha tomado diferentes rostros y formas según las culturas, al igual que los diferentes rostros de los hijos e hijas de unos mismos padres.

Es precisamente en tiempo de crisis cuando las personas se unen. Esta es una oportunidad para todos y todas de conectarnos a esa corriente del agua de la ‘vida’ y desde ese espacio interior enterrar el hacha de guerra.

Estos días me traslado con el recuerdo a la experiencia de rezar una noche en el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén, después de cruzar controles con metralletas y detectores de armas. Llegué al muro de las mujeres, donde me senté en recogimiento silencioso y poco a poco me fui integrando al grupo de mujeres que rezaban en silencio o llorando. 

  • Una miembro de Mujeres del Muro, en el centro, lleva un pañuelo en la cabeza durante la oración de Rosh Hodesh que marca el nuevo mes, en el Muro de las Lamentaciones, el sitio más sagrado donde los judíos pueden orar, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, el lunes 23 de enero de 2023. El grupo ha llevado a cabo una campaña de décadas por la igualdad de género en el sitio sagrado y ahora enfrenta nuevos desafíos bajo el Gobierno de derecha de Israel. (Foto AP/Maya Alleruzzo)Una miembro de Mujeres del Muro, en el centro, lleva un pañuelo en la cabeza durante la oración de Rosh Hodesh que marca el nuevo mes, en el Muro de las Lamentaciones, el sitio más sagrado donde los judíos pueden orar, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, el lunes 23 de enero de 2023. El grupo ha llevado a cabo una campaña de décadas por la igualdad de género en el sitio sagrado y ahora enfrenta nuevos desafíos bajo el Gobierno de derecha de Israel. (Foto AP/Maya Alleruzzo)

Recuerdo el color del muro, el olor a tierra, el sonido del llanto de una mujer con la cabeza apoyada en el muro, derramando su dolor y su amor al Dios de Israel. Aún puedo ver con los ojos del corazón los cientos de papelitos enrollados, que colocados en el muro, entre los ladrillos, son como un mosaico de oración en la pared milenaria del dolor y el amor. La presencia de Dios se siente y celebra allí.

Hace unos años, siendo profesora en un instituto de clase media donde había algunos alumnos magrebíes, me tocó una guardia a una hora intempestiva, cuando ya es imposible que los jóvenes trabajen más.

Al ser profesora de religión, nunca podía disfrutar de la presencia de las alumnas magrebíes por ser ellas y ellos musulmanes. Y esta ocasión era única para dialogar con ellas y se me ocurrió hacer una rueda de preguntas y respuestas con todo el curso. ¡Impresionante la curiosidad mutua!  

Y empezó el juego de las preguntas; de pronto, las tres chicas musulmanas nos van contando que se levantan a las 5 de la mañana para rezar con toda la familia, que ayunan durante el ramadán, que hacen limosna y acogen al pobre. 

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La expectación en el aula de guardia era total; las exclamaciones de las españolas eran continuas, estaban en shock. Las alumnas españolas jamás habían preguntado por sus vidas ni prestado atención a las chicas magrebíes, y ahora estaban escuchándolas con absoluto interés. De pronto unas personas invisibilizadas por su procedencia, por su pañuelo… pasaron a ser el centro de atención de absolutamente todos.

Terminó la guardia y las chicas musulmanas pasaron a ser mis mejores amigas en el centro. Su sencillez y complicidad con la profe de religión fueron de agradecer. Nos unía el mismo Espíritu, sentíamos el mismo amor, orábamos a la misma hora, conectábamos desde dentro. Todavía hoy, después de años, las recuerdo y les agradezco su cercanía y bondad.

Hace también algunos años, cuando estudiaba teología en Berkeley, EE. UU., el profesor de Liturgia nos pidió, como parte de nuestra reflexión y estudio, que asistiéramos a liturgias de las diferentes iglesias cristianas. Tuve maravillosas experiencias; por ejemplo, la de vivir la primera eucaristía celebrada por una religiosa Franciscana Episcopaliana en Grace Cathedral en San Francisco

Por su parte, en San Francisco pude asistir a una liturgia ortodoxa griega. Ahí aprendí que los ortodoxos no usan tanto la palabra, como los cristianos occidentales, sino que usan más todos los sentidos a través de la experiencia que se crea con la estética en sus templos.

Durante la liturgia, se entonan largos cantos en forma de rezos, acompañados de incienso y múltiples velas encendidas en un templo semioscuro. Este efecto potente induce a la intimidad, al recogimiento. El templo está arropado de iconos de una belleza que penetra el alma. 

Además, la gente se mueve, se acerca a los iconos y enciende velas, menos cuando se proclama el Evangelio. En ese momento, toda la asamblea se concentra alrededor de un púlpito —situado en el centro del templo—. que es abrazado por una congregación silenciosa, de pie en actitud de escucha atenta, con un silencio en el que resuena la proclamación de la Palabra, de una manera que te pone la piel de gallina. El respeto, la escucha y la sed de la gente se siente en el ambiente.

Igualmente, siempre que podíamos, nos escapábamos a la sinagoga en el sabbath. Y ya después, en Boston, fui varias veces con mi comunidad a escuchar a la rabina.  Esto no venía prescrito por el profe de liturgia; era puro placer escuchar a aquella mujer joven, poeta y escritora con dotes para la comunicación. Ni qué decir de la diferencia de comunicación que había con tantas parroquias poco vibrantes en muchos casos. El resto de la liturgia era interesante y diferente, pero este no es el lugar para seguir narrando. Sin embargo, llevo en mi corazón expresiones de las tres grandes religiones que hoy se debaten en Oriente Próximo.

Todos somos ‘uno’ y la Ruah nos hermana. Pedimos shalom para todos. Paz. No puedo estar tranquila cuando a unos cientos de kilómetros, unos hermanos matan a 700 personas en un día. A varios miles en una semana. ¿Dónde está tu hermano y tu hermana?

¿Qué dice Yahvé-Jesús-Alá?

Mi oración y mi lamento desde ese muro invisible que nos separa y ese Espíritu-Ruah que nos hermana y hace ‘uno ‘.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Publicado ayer en Global Sisters Report /es

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