CURACIÓN DE LA MUJER CIEGA

Foto de Shane Rounce en Unsplash

(Juan 9,1-17)

La ciega, que no conoce la luz, es figura de las que nunca han podido saber lo que puede y debe saber la mujer. Se le ha sometido a una ignorancia muy estudiada para tenerla controlada. Esta mujer representa a las que desde siempre se han visto sometidas a la opresión, que nunca han siquiera vislumbrado lo que significa ser mujer en su sentido pleno, ni, por tanto, lo han deseado. Los culpables de su ceguera son los y las que apoyan el sistema, tantas veces respaldado por las religiones.

Cuando salí a la calle para protestar, una vez más, por los derechos de la mujer, algo por dentro se me movió: ¡Construye algo! Protesta creando algo nuevo, que empieza en tus entrañas conectando con las entrañas de miles de mujeres que como tú, buscan vivir desde otro paradigma.

Esta es la dinámica de las raíces de los grandes árboles que se entrelazan en su interior, en lo hondo de la tierra, posibilitando así la fortaleza del bosque, su crecimiento y desarrollo, su belleza y elegancia: las arboledas. El árbol es nombre masculino, cuando se junta y crea un espacio maravilloso se llama arboleda porque es un sitio poblado de árboles.

Y sigo en la calle, separándome de la multitud que sigue gritando por los derechos de la mujer, para poder percibir qué me está pasando en mi adentro, que me da esta sensación interior que clama en mis entrañas ser acogida y abrazada.

Y en el camino me encuentro con alguien que me dice ¿quieres ver cómo? y ante mi cara de sorpresa, le veo que escupe en el suelo y con su saliva hace un poco de barro que me unta en los ojos con ternura.

Yo, estoy estupefacta. Al principio siento algo de rechazo: saliva, barro…¿qué está pasando? ¿porqué se me acerca tanto? ¿porqué me toca? ¿quién es?

Al Maestro le preguntaron que quien había pecado, ella o sus padres, para cargar con esa maldición en forma de ceguera, según ellos, fruto del pecado de ser mujer.

Jesús es radical: ni ella, ni sus padres, y en esta noche, escupe en tierra y haciendo barro con su saliva se lo unta en los ojos a la mujer y después le manda lavarse.Ella fue, se lavó y volvió con vista. (Jn9, 7)

La mujer ciega es figura de las que nunca han podido saber lo que puede y debe Ser la mujer. La decisión de obtener la vista quedará en sus manos: ir o no a lavarse. Ir o no al desierto a liberarse de los hábitos adquiridos en la opresión del Egipto institucional. Ir al desierto a sanarse, a liberarse, a desaprender y aprender-ver de nuevo. En el desierto hay otras mujeres que ya empiezan a ver.

El barro alude a la creación de la persona humana. En tiempos de Jesús se pensaba que la saliva transmitía la propia energía vital. Jesús crea la mujer nueva compuesta de barro-carne y de saliva-Espíritu de Jesús; le untó su barro en los ojos poniéndole ante los ojos su propia humanidad, la de la mujer acabada, proyecto divino realizado.

Cuando le unta el barro en los ojos la está Ungiendo como hija de Dios por el Espíritu, saliva mezclada con su humanidad.

Ella, como Jesús, necesita ir un tiempo largo al desierto y recuperar su dignidad, su espacio, su creatividad.

En el desierto nos encontramos con las recién sanadas de la ceguera y con las que llevan tiempo trabajando en proyectos creativos de espacios y arboledas nuevas, donde quepa la creatividad de todas, cada una con sus talentos naturales y las capacidades adquiridas.

Y diseñamos un mundo y una comunidad cristiana nuevas. En este proyecto no hay escala jerárquica, ni propiedades…no tenemos más que nuestros cuerpos maravillosos, dadores de vida y creatividad, nuestras mentes brillantes, silenciadas a lo largo de los siglos porque dejaban en evidencia la opacidad de tantos otros que querían el poder de Babel, y nosotras estamos ahí, en el descampado, al lado de ríos y mares, liderando la marcha y la danza con los criterios del nazareno crucificado porque molestaba a los encumbrados en Babel.

Y en esos desiertos ponemos tiendas de acogida y de refugio, y son nuestras iglesias domésticas para resguardarnos y sanarnos. Y timidamente aparecen muchas ciegas que poco a poco a fuerza de tierra y saliva aceptada, van “viendo” quienes son, descubren su herencia y su estirpe, levantan la cabeza y la sonrisa y la risa se convierte en danza.

Muchas danzamos en el desierto, rezamos en la orilla del mar, celebramos en las arboledas, nos visitamos y cuidamos nuestras dolencias. Y es una pasada lo que está naciendo.

Esta es nuestra propuesta y protesta. No más ceguera en el cerebro y en las comunidades, es hora de estar con madre tierra y nuestras hermanas en la Tienda Roja de la Vida, dando vida y esperanza, diseñando arboledas y liturgias y rituales con el Nazareno y como él, adorando al Abba en espíritu (saliva) y en verdad (nuestra tierra).

Que seamos muy felices las mujeres que dejamos atrás la ceguera.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

PD. Un agradecimiento enorme a las personas que habéis colaborado con el “Carrito” de Patricia. A final de semana le haremos el último envío. Gracias de corazón.

Ella en cambio…

Foto de Pexels 9455859.jpg

“Y, volviéndose  a la mujer, dijo a Simón:

-¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume…  le dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz.” (Lucas 7, 44-50)

Uff, es de estos textos que te ponen la carne de gallina. Me gustaría entrar en lo que esta mujer debía sentir cuando  esta escena tiene lugar.

Pensemos que el Simón que tenemos dentro representa aquello que nos impide ser libres, felices, abiertas al Espíritu de amor sin dejarnos vencer por condicionamientos creados por las circunstancias del pasado y del presente. Simón no puede ver a la mujer, la tiene invisibilizada.

La pedagogía de Jesús consiste en, paso a paso, ayudarle a Simón, símbolo de la rigidez -de la aplicación tantas veces hipócrita de la ley- a descubrir lo femenino-complementario en él, invisibilizado, reprimido, ignorado, no valorado…

Y le dice:

¿Ves a esta mujer?  Y le enumera, uno a uno, con respeto y destreza lo que ella sí tiene que es de lo que él carece en abundancia.

Dice Jesús:

Ella, en cambio…cuéntanos hermana, qué pasó en ti cuando él te ponía como modelo de amor. Ella, en cambio…eres capaz de llorar de amor agradecido, son lágrimas de emoción por la bondad, la ternura que Jesús te comunica a través de su cuerpo y tú le regalas a través del tuyo. Ahí encuentras tu oriente, tu orientación, tu origen, tu pertenencia y tu destino. Esa persona de Jesús que se deja ungir, cuando lo patriarcal se otorga la exclusiva de tan femenino gesto. Ungir, acariciar zonas significativas del cuerpo, como la frente, las manos, los pies…Ese ungir va más allá de fortalecernos para la misión, es un ungir de amor de celibato, de entrega y consagración total al amor primero.

Ella en cambio, no deja de besarle los pies. Interesante ingrediente para nuestra relación personal con alguien. Hay tantos grados de comunicación a través del beso y siendo un gesto tan común en nuestra cultura -en Bélgica, Francia, Rusia dan tres al saludar, no dos como en España, o un abrazo como en América y Australia- siendo tan común, porqué lo obviamos en nuestra relación personal con el Cristo místico que habita en nosotras.

¿Te imaginas no besar a tus sobrinas y sobrinos, a tus hermanas, a tu madre, a tu padre, a tus amigas y hermanas de comunidad…? ¿Cuánto tiempo llevas sin besar y dejarte besar por dentro? No me lo digas, no me extraña que te cueste orar…sólo silencio no basta, sólo leer y repetir lo que otros escribieron, no es suficiente…

Ella, en cambio…no deja de besarle los pies. Te invito a la oración del beso. Muchas y muchos frunciréis el ceño, diréis que se me ha ido un poco la cordura…tal vez, pero hasta que no incorporemos los sentidos, la sensualidad, en nuestra experiencia de relación con el Cristo místico que habita en nosotras, no daremos con la chispa que lo ilumina y caldea todo.

Esa oración afectiva es nuestro oriente, y es a partir  de ese diálogo de amor que aprendo a besar.

Y cuando aprendes a besar en tu relación con Dios, besas su piel en el cosmos, en la naturaleza, en cada árbol que abrazas, en cada flor que hueles y riegas con mimo, en cada ola que te salpica, en cada gota de lluvia que te acaricia…Y esa planta, y ese árbol, que también son la piel de Dios, hoy tan enferma, reverdece, exhala su perfume, te devuelve su alegría.

Y cuando besas la piel de Dios en todo también la besas en todos. Hay una transformación de la mirada. 

En la iglesia de S. Pedro del centro de Lovaina le encendía dos velas al Padre Damián de Molokai. El me habla, como Francisco de Asís de como besar a Dios en la piel enferma de los hermanos y hermanas. Este hombre, Damián, captó el misterio del beso y no pudo diferenciar entre besar a Dios y besar a las leprosas y leprosos que le rodeaban. Su vida sigue atrayendo a hombres y mujeres de los cinco continentes. Damián, varón, aprendió a besar a lo Dios.

Y nosotras, mujeres consagradas, ungidas, entregadas, ¿cómo es nuestra oración afectiva?

Anoche daba un paseo meditativo por la orilla del mar Cantábrico, donde vivo, y podía percibir como la superficie del mar tranquilo, que en el horizonte se unía con el cielo, con bastantes estrellas, era como una inmensa belleza que no podía sino hablarme del rostro de Dios, del rostro de las hermanas.

Y profundizando, en mi paseo oracional, en lo que veía y sentía y olía…el corazón me trasladó a Ucrania, al horror de una guerra, como todas, injusta y cruel. Y pude ver, con los ojos del alma, la piel congelada de nuestras hermanas y hermanos, sin electricidad ni agua corriente, con la amenaza continua de bombas, sin lugar seguro donde refugiarse.

Y mi oración de la tarde se convirtió, como tantos otros días, en una ofrenda silenciosa, como una promesa de seguir intentando besar también el dolor de las personas, aunque me rebele y no lo pueda comprender. Y dejar que los sentidos se serenen y te introduzcan a un silencio contemplativo, donde todo se hace uno, donde ya no hay palabras, como cuando nuestra hermana del evangelio que comentamos expresa con un gesto, un beso, todo lo que lleva por dentro y sólo él acoge, devolviéndole su dignidad y su lugar entre las personas que le seguían.

De ella se habla a lo largo de los siglos. No fue silenciada, no fue invisibilizada, pero sigue siendo anónima. Tal vez sea este el paso que se nos invita a dar, ponerle nombre a las personas que servimos, y de qué mejor manera que con un abrazo, un beso, una acogida cálida, aunque sea la hora de ir corriendo a rezar.

Demos la calidez que la vida consagrada está invitada y llamada a tener. Es la diferencia que Jesús nos indica entre la fidelidad de Simón a la ley y lo rompedor de los besos de Ella. Gesto que sigue siendo rompedor y profético.

Maravilloso reto. Asombrosa invitación.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Publicado ayer 2 de Marzo 2023 en Global Sisters Report https://www.globalsistersreport.org/news/she-other-hand-remains-groundbreaking-gesture

Dejar lo seguro por lo posible

Comentario al Segundo Domingo de Cuaresma

Tierra Santa foto nuestra


A un matrimonio mayorcísimo y sin descendencia se le dice “Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré. Yo haré de ti un gran pueblo…por ti será toda la tierra bendecida.” (Gn.12, 1-4)

A los discípulos se los lleva Jesús a un monte alto y allí les manifiesta quien es él y quienes son ellos. Hubo una confirmación de identidades: Este es mi hijo…tú eres mi hija, mi hijo y si lo vives así la gente te escuchará.

Sugiero que la clave de interpretación o una de ellas, de estos potentes textos está en la experiencia interior de ser invitadas a SALIR DE… PARA SUBIR A…” Salir de lo conocido, de tu tierra, de lo que posees, también en contactos, amistades, familia y apellido si ello te impide ser cristianamente libre.

Desde los orígenes se nos invita a abandonar lo patriarcal que sigue dominando abierta o sutilmente la sociedad y sobretodo la religión.

Pero todo toma sentido cuando se mira la promesa: un hijo, una descendencia, un pueblo-comunidad, nueva.

Hemos dejado un fleco suelto, una pregunta existencial, y ¿por qué iba a hacerlo?, ¿por qué iba a dejar lo que soy y tengo? Si obviamos quien hace la invitación, todo se convierte en una carga, una exigencia, un miedo…Es Dios quien le llama por su nombre a Abrán y en él a su esposa y a su comunidad.

Estamos ante el texto de vocación de Abrán. Empieza con una llamada a salir de, para dirigirse a… a un lugar que es una promesa que no entiende, pero la experiencia de la Presencia de Yawe ( Dios en hebreo, lo pronuncias inhalando y exhalando, Dios aliento de vida) es tan potente que le motiva a levantar sus tiendas, sus ganados, sus obreros con sus familias…y lanzarse a los caminos inseguros, guiados por una luz interior, esa luz, ese aliento de la Ruah, que en el evangelio nos convoca a subir.

Subir supone alejarnos de lo de abajo, también de lo familiar, lo del día a día. Jesús nos hace partícipes de su experiencia, que el autor del evangelio de Mateo nos describe en lenguaje metafórico, como todo lo relacionado con el Amor, y que tal vez por no comprenderlo lo descartamos.

Sal, deja, sube, mira. ¿Qué sientes? ¿Qué ves? Si miramos hacia atrás vemos lo que tenemos que dejar…sin poder sentir la PROMESA DE UNA TIERRA NUEVA: de un planeta y una comunidad humana en armonía, en diálogo constructivo de vida.

Si miramos hacia abajo cuando se nos invita al monte alto, vemos la vida sin la experiencia que es LUZ, y que al inicio de acogerla, a nuestro interior adormilado le apetece instalarse en ella, porque crear tienditas iluminadas con esa Luz, sería hermoso y cómodo.

Pero no es así, la vocación-llamada es a dar vida, a ser fecundas, a crear nuevos espacios sin la seguridad de las tiendas y los muros. ¿Dónde? En el monte alto, en plena naturaleza que es el templo diario de Jesús, donde ora, donde experimenta el Bautismo en el que se sumerge en el agua, agua en la que navega para contagiar
el Reino, siguiendo las estrellas, como los navegantes, estrellas que son la promesa, como las arenas de las playas, incontables, presentes, preciosas…

Dejar lo seguro por lo posible. Los que lo intentamos vivir sabemos de riesgo, de inseguridad exterior, pero la alegría interior contagiosa, la seguridad de la promesa del que llama, su presencia, hace que naveguemos siguiendo las estrellas y que recemos en las playas donde llevamos a familias y a jóvenes a “escuchar” y a “ver”.

A Escuchar las olas y el viento donde, desde los orígenes, Dios habla, como Ruah poniendo orden en el caos. Ahí habla más que en los templos de cemento y religiosidad, y Jesús así lo vive.

A Escuchar el lamento por inanición de Silencio y Palabra; reconocer que este hambre produce agresividad contra los pueblos declarando guerras; contra las mujeres manteniéndolas en posesión; contra madre Tierra violándola…reconocer en estos
hechos el hambre de Amor que corroe el corazón humano, Amor y que, los invitados al monte alto, tenemos en despensa, incluso en el congelador.

Y, por todo ello, como Sara y Abrán, salimos hacia donde la brújula del amor nos guía.
A Ver, la belleza del monte, la luz, la perspectiva y también el dolor por tanta desgracia. ¿Evitable? ¡Por supuesto! ¿Cómo?

Se buscan navegantes. Se necesitan corazones no esclerotizados por propiedades, miedos…capaces de SALIR y SUBIR y NAVEGAR, sin tiendas, sin motores de gasoil, sin más brújula que las estrellas en las que Abrán y Sara y Jesús creyeron, como promesa
abundante a su fidelidad.

El resto, lo compartimos a la vuelta, presencial y online, cuando llegamos a la otra orilla, donde en la playa nos reciben otros y otras buscadoras, y formamos nuevas comunidades.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

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