Inspirado en Lucas 2, 22-40 especialmente versículos 36-39.
Desde ese rincón del alma que encontró el tesoro y lo conserva a pesar de tantas y tantas cosas, hoy os invito a todas las personas que se sienten y saben habitadas por el Dios de la Vida que en Jesús toma rostro de Amigo, Hermano, Esposo, a celebrarlo, trayéndolo a la consciencia plena y voluntaria.
Se nos invita a tomar una actitud de escucha profunda para acoger con más consciencia el regalo de la Celebración de hoy.
Para ello tomamos una postura corporal cómoda acompañada de una respiración sosegada para que todo nuestro ser se disponga y prepare. Para ello, si quieres, cierra los ojos y descansa en tu interior.
Te invito a que al escuchar el Evangelio de hoy te fijes en una persona que pasa desapercibida: Ana, la profetisa.
Creo que Ana, la profetisa, nos puede enseñar a ser profetas y profetisas de los buscadores de la Vida en un mundo así de interesante como el nuestro, a los que nos sentimos pequeños, incapaces, demasiado rígidos, pobres…y también afortunadas, libres, enamoradas, discípulas y discípulos del que sabe quién eres y por ello te elige, llama, convoca y empodera.
El evangelio de hoy nos habla de otra gran mujer, cuya pequeñez enaltece: Ana, la profetisa.
Ana está en una esquina, pero está. ¿Es ese un icono de la Vida Consagrada?
Ana no hace mucho ruido, pasa largas horas en silencio, su vida no tiene relevancia, pero está, siempre está y habla a todos del Niño.
Ana ha conectado con el latido de Dios, está siempre en oración, siempre en el Templo, conectada.
Nos habla, como el papa Francisco continuamente, de la espiritualidad del empequeñecimiento: empequeñecer nuestros egos, nuestras limitaciones, para dejarle al Señor, al Niño, nuestra voz, nuestras personas, nuestras vidas de nuevo, como al principio de nuestra vocación, para, como Ana, estar, aunque seamos mayores o muy mayores, como ella, o insignificantes, como ella.
Lo importante es hablar del Niño, como Ana. Ser profetas y profetisas, en su nombre.
Para ello, como Ana, conectemos con ese latido al que si atendemos con mucha atención, sentiremos en nuestras entrañas.
Dejemos que la Ana, profetisa, que hay en nosotras y nosotros, tenga vida y hable a todos del Niño.
Despojémonos de lo que nos impide ser Ana, la profetisa, de lo que no nos deja ser profetas y profetisas, no tanto mano de obra, en la Iglesia.
Os invito en unos momentos de silencio a visualizar nuestra primera llamada y a renovarla, reviviéndola con la experiencia y sabiduría de hoy.
Tú, consagrada al Amor, no te amedrentes ante las dificultades, sé fiel porque Él es fiel. Nunca te ha fallado. Visualiza su fidelidad. Olvida tu mediocridad y déjate llevar, deja fluir la Vida de Dios en ti, en tu entorno. Sin miedo.
Sé, como Ana, portadora y portador de la Buena Noticia, el Niño. Así de pequeño y de grande.
Feliz día de la Vida Consagrada.
Espiritualidad Integradora Cristina