Después de 15 billones de años de historia del universo y de 4,5 billones de historia de nuestro planeta, llegamos nosotros.
¿Empezamos de cero? Es lo que decimos cuando una relación ha ido mal y por necesidad o por respeto, queremos darnos otra oportunidad.
Impacta descubrir nuestra trayectoria, sobre todo cuando los científicos nos dicen que todos estábamos presentes ya en el primer estallido de vida. Estábamos en proyecto pero, estábamos.
Recientemente en mi familia, se han ampliado fotos de cuando éramos pequeños. Y en la última, donde estamos todos, algo que nos emociona porque una hermana y nuestra madre murieron demasiado jóvenes y faltan en tantas fotos de nuestra vida, que esta, es muy valiosa porque están.
Pero a mí no se me ve, casi. Faltaba yo en “la foto”. No deja de causar un cierto sentimiento de ausencia. Yo debería estar, yo pertenezco. Y de pronto, alguien descubre un cuerpecito con la cabeza agachada que se agachó justo en el momento. Tenía menos de dos años. Y debía estar. Y sí, allí estoy. Soy de la familia. Pertenezco. Y esto nos hace fuertes, nos hace clan. Nos da identidad.
¿Estás en la foto? La del proyecto de planeta y de humanidad. O como criatura inquieta te mueves y mueves y al final casi no se te ve en ese fascinante proyecto. Pero estás.
Por ello es importante entender que muchos necesitemos empezar de cero en nuestra relación con la Vida, la del planeta, la de la humanidad, la propia…
Estamos en la foto, porque Somos de la familia universal. Estamos en el sueño de Dios como parteras invitadas a ser sus manos que acompañan todo atisbo de alumbramiento de vida.
Por ello, por empezar casi de cero, como indicativo de deseo de crecer en una relación madura con todo, hemos pasado unos días en contacto con la naturaleza y la Palabra, en un marco lleno de vida y de silencio.
Silencio para escuchar los latidos de la vida en todo. Se nos invita a una relación de intimidad con la Vida. La que bulle afuera y sobre todo la que bulle dentro. El silencio preñado de Palabra acalla el ego que se nos cuela hasta por los poros.
Si alguien me preguntara por qué no nos vemos en la foto, después de muchos años de acompañar en retiros largos, y en la vida, diría que es porque nos ciega el ego. Incluso al orar, nos ciega el ego. Somos casi incapaces de confiar en aquel que no vemos pero que sí está en la foto. Hace 15 billones de años que està en tu foto.
En la foto de nuestra vida, de la tuya, tal vez pequeñito y agachado, pero está. Sí, agachadito porque no quiere molestar nuestras disertaciones sobre lo importantes que somos y lo poquito que nos tienen en cuenta… ¿os suena? Cantinela tóxica que impide que alumbremos Vida. Y él está, agachadito, a nuestros pies, esperando una mirada.
Unos días de oración nos invitan a visitar la foto de nuestra vida y la de nuestro futuro. Tenemos la oportunidad de mover a las personas de nuestra foto, de incluir también al resto de la familia: a los que nunca quisimos que estuvieran y están a la sombra, a los que hemos adquirido a lo largo del camino y se han convertido en comunidad, en familia, también a los árboles y ríos, mares y trigales.
Como personas maduras escuchando a nuestra maestra interior, la Ruah, vamos moviendo las piezas y las recolocamos en diálogo con el que soñó para nosotros un primer plano en su foto, y sigue agachadito, esperando una mirada.
¿Empezamos de cero?
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Magda Bennásar, sfcc
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