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María Magdalena es una persona que siempre me habla de esa coyuntura entre la vida y la muerte que tanto nos afecta. La vida que ella experimentó que le devolvía Jesús cuando le sacó de la oscuridad de esa muerte, no física sino de otro tipo: la vida sin salida, la vida con dolor, la vida sintiéndose señalada, criticada, incomprendida; esa vida que no es vida para tantas personas, en tantas circunstancias… Jesús le devolvió la vida como debía de haber sido desde el principio: robusta, feliz, con posibilidad de desarrollar todas sus capacidades, animadora y formadora de otrxs…como debería ser cada vida.

Sin embargo, experimentó poco tiempo después que le arrebataban la vida de Jesús, su vida, quien había hecho posible para ella otra manera de vivir. ¿Cómo se puede arrebatar la vida tan cruelmente a quien la hacía posible a través de sus palabras, de sus obras, de sus gestos?

 Y tuvo que aprender a vivir su presencia de otra manera, desde otra dimensión, no tan fijada en su persona sino abrazando la VIDA. Esa es la experiencia de la Resurrección, narrada en el evangelio de Juan,  de una manera que nos resulta sorprendente. ¿Cómo es posible que si se encontró con Jesús, no le reconociera? ¿Cómo le dice Jesús: “no me toques”, cuando todo el ministerio de Jesús está repleto de momentos en los que toca a las personas y las personas le tocan a él y quedan sanadas?

Estamos ante una nueva dimensión en la que la percepción no se da tanto por medio de los sentidos pero sí hay un sentido de presencia, de certeza de que la persona está viva y nos acompaña y forma parte del Todo que experimentamos como don, como regalo constante.

Esta semana pasada me he vuelto a reencontrar físicamente después de un año y medio con alguien a quien en el tiempo del COVID se le ha muerto su pareja y lo que más le duele es el no haber podido acompañarle los últimos días; no le dejaron visitarle en el hospital aunque no se estaba muriendo a causa del virus. Cuando por fin le dejaron entrar ya estaba muerto. Ella se congratula  porque al final le pudo decir adiós y verle, aunque fuera muerto. Y ahora a ella le cuesta vivir porque el COVID  le ha dejado un ERTE en el que lleva más de un año y que se volverá a renovar seis meses más dentro de poco.

Cuando alguien enfrenta la muerte de diferentes maneras sin fe, o por lo menos sin una fe explícita o se agarra a algo, o puede caer en una depresión profunda. ¿Por qué me ha tocado a mí? “No le veo sentido a seguir viviendo”…y entonces hay que reinventarse, tomar la vida de otra manera y entender que la muerte no es el final sino parte del proceso; que la vida continúa y continúa siempre aunque no sea como la quisiéramos o como nos la habíamos imaginado.

María Magdalena, nos muestras el siguiente paso de madurez después del encuentro con Jesús: no se trata ya de ti, de cómo te sientes tú, de cómo perseveras en el camino de liberación…ahora te preocupan lxs hermanxs de la comunidad cristiana y aquellxs  con quienes te sientes llamada a compartir el mensaje. Ellxs son ahora el objeto de tu pasión. ¡Qué bien has entendido ese no te aferres a mí de Jesús! Tú, sí que supiste encauzar tu duelo y transformarlo en energía para llegar a otrxs.

Te recordamos estos días en los que la coyuntura entre la vida y la muerte nos abruma y a veces nos puede. Cuando el peso de la muerte nos puede revivimos tu pasión por la vida y dejamos que nos contagies de ilusión por dejarnos transformar por ella.

Carmen Notario, SFCC

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