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Tal vez la pregunta del título parezca extraña ¿puedo ser como un árbol?, la verdad es que no es muy común. Sí que en alguna dinámica con jóvenes nos hemos preguntado, para romper hielo y propiciar un acercamiento “con qué árbol te identificas y por qué”. Buena pregunta. En las múltiples y diversas respuestas puedes reconocer las búsquedas y añoranzas de la persona.

Y es que el árbol es un símbolo, en él proyectamos nuestras necesidades de protección, cobijo, sombra, escondite, energía, descanso y también nuestras metas, lo que quisiéramos ser para otros: podemos repetir la lista anterior. Eso es bonito. Pero hay más.

Desde una perspectiva ecológica se nos dice que un solo árbol crea un ecosistema. Cuanto más un grupo de ellos.

Un árbol refresca el suelo, sostiene la tierra evitando la desertización. Atrae las nubes que regalarán su lluvia cuando los árboles hayan enfriado el suelo. Y esa lluvia traerá de nuevo la posibilidad de vida y desarrollo.

Un sólo árbol, si se mantiene frondoso, es como un hogar para múltiples insectos y pájaros. Sus flores atraen y propician la polinización. Sus hojas refrescan y son como abanicos en las tardes calientes del verano. Sus frutos alimentan al universo entero.

Aún recuerdo las mañanas de oración en nuestra casita de California. Mirando por las puertas correderas de cristal que daban al diminuto jardín donde había un enorme aguacatero.  Cuando se caía un aguacate, podías rezar para que no te pillara.

Pero es que había unas preciosas ocupas del árbol, unas ardillas monísimas y pillas, muy pillas. Se preparaban su desayuno a las 7 de la mañana, paseándose por los innumerables aguacates y escogiendo los que estaban a punto, y de estos los mejores, que una vez mordisqueados se caían como lluvia delante de nuestros ojos  como si el mismísimo altísimo se cayera de su trono, con estrépito y jolgorio. En sus juegos, las pillinas, correteando entre las ramas, hacían que se cayeran un montón de aguacates casi maduros abollando el coche del vecino que un día encontramos encaramado “robando nuestros aguacates” porque le habían fastidiado su coche. Je, je, con los arbolitos y con la fauna. Una carcajada del mismísimo creador que propicia semillas y frutos…y a saber donde caen y al final en qué estómago terminan.

Y esos guacamoles se hicieron famosos en la Parroquia donde innumerables latinos saboreaban el guacamole de las hermanas españolas, seguro que mucho más que sus prédicas…

Y es tan sabio, el árbol, que cuando necesita ahorrar agua para su supervivencia no duda en soltar la rama que le chupa la vida. ¡Impresionante! El árbol discierne qué rama sacar para seguir vivo y seguir siendo un árbol. Y también la ardilla distingue perfectamente el mejor aguacate para su desayuno.

La pregunta es , ¿y yo, distingo la rama que me seca a mí, porque me absorbe la savia, y me hace ir a medias, sin energía?. Y no sé si de todo lo que leo, miro, pienso, sé, como la ardilla, seleccionar lo mejor para mi sustento, aunque a mi paso “se caigan pesos pesados ” que al final están tan mordisqueados que han perdido su atractivo.

Pensarás que me estoy enrollando con lo del árbol, pues vayamos a Jesús:

   Les propuso otra parábola:

      Se parece el reino de Dios al grano de mostaza que un hombre sembró en su campo; siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece sale por encima de las hortalizas y se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en sus ramas. (Mt 13, 31-33)

El reino de Dios es diferente a las grandezas, es pequeño y modesto. Y tampoco continuará lo ya existente, será una planta nueva, diferenciada de una religiosidad estéril. Ese árbol que nace de una nueva semilla, acogerá a tod@s, y será lugar de encuentro, descanso, cobijo, alimento y de compartir los aguacates, los frutos.

El sueño de Jesús tiene ese lenguaje que nos encandila porque se entiende y porque en lo más hondo sabemos es cierto.

Jesús está soñando en las nuevas comunidades, que como árboles evitarán la desertización porque con sus raíces profundas sostendrán la tierra que pisamos. En sus ramas cabremos tod@s en igualdad, sin privilegios. Eso sí, esa rama que come y no produce será desechada porque absorbe la savia-vida de los otros. Y juntos, propiciaremos la lluvia, la vida, para una humanidad en proceso de desertización. Sí, podremos, con la estrategia de Jesús, cambiar el rumbo de las cosas. Frenar la sequedad y ser árboles por doquier, a veces sol@s, otras con otr@s , fecundando y alimentando.

Y si quieres, puedes elegir la semilla, me encanta el aguacate, y el mango y la variedad.

¡Entendido Maestro!

Magdalena Bennásar Oliver

 

 

 

 

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